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Historia del sueño de un asesino

Historia del sueño de un asesino

Autor: Raul Bonilla.

Su anhelo mas grande era cometer el asesinato supremo, un asesinato inmejorable que fuese citado en las enciclopedias y estudiado por filosofos, admirado por los locos y temida su repeticion por el vulgo.

Su autor, ademas, tendria que ser recordado por el crimen, mas no habria de recibir jamas castigo alguno, y deberia cometerse de una manera unica, nunca antes hecha.

De estos tres requistios, el ultimo era el mas dificil para el, pero no imposible, asi que a partir del momento que decidio que el asesinato supremo seria su meta en la vida -tras haber gastado su juventud haciendo el mal por el simple gusto de hacerlo-, opto por no volver a matar de la misma manera dos veces, y tampoco tradicionalmente. Si iba a decapitar a su victima, preferia enterrarle una plancha de acero en la cabeza hasta que le llegase a la garganta. Si iba a arrancarle las uñas, preferia coserle parpados y boca, y perforarle las rodillas con un taladro.

Quiso la suerte que este hombre asesinara a un anciano que guardaba los ahorros de toda su vida en el colchon de su cama, y mientras le cortaba los labios y las fosas nasales con una navaja, dio un tajo accidentalmente en el colchon y descubrio el dinero. El hombre reflexiono sobre que haria con la fortuna y adquirio una hacienda en las montañas, donde se propuso alcanzar su sueño. Se hizo pasar por organizador de paseos turisticos y condujo a treinta personas a la estancia, prometiendoles un fin de semana vacacional. La misma noche de su llegada las sorprendio una a una mientras dormian y las amarro. Esa misma noche empezo a matarlas una a una, y a cada una la mato de una manera distinta, como jamas habia matado.

Fracaso. La ultima victima sucumbio y el no habia cometido el asesinato perfecto. A una la desmembro y la mato a palazos. A otra le clavo las manos a los muslos y unio sus tobillos de igual forma, y la fotografio mientras la ahogaba en la bañera. A una en especial la mutilo empezando por los pies. Un dia le serrucho los dedos de los pies. Al dia siguiente la serrucho hasta los tobillos. Treinta y seis horas despues llego a las rodillas. Cuando acabo con los muslos y siguio con el tronco, serrucho las manos y los brazos a medida que avanzaba, de modo que el corte fuera uniforme y absoluto. Pero aunque consiguio que la victima siguiera con vida cuando teoricamente era imposible que lo estuviera, el hombre se dio cuenta que aun estaba lejos de su meta y, faltandole poco para llegar a los pulmones, fue al patio y regreso con una pesada roca, con la que le aplasto la cabeza.

Estaba ofuscado. Jamas cometeria el asesinato supremo. Ni siquiera estaba conforme con los asesinatos. Treinta obras de arte perpetuadas con un verdadero fervor diabolico y el sentia que no eran la gran cosa. “Ya son las dos de la tarde”, fue todo lo que penso. “Tengo que matar a alguien”. No quedaba nadie a quien matar. Tendria que bajar de las montañas, tendria que embaucar a otros incautos. Lo olvido. Tres horas despues, sudaba frio y el corazon le repicaba con violencia. Ya no era cuestion de querer o no: tenia que matar a alguien.

A lo mejor algun campesino buscaba entre la nieve una oveja escapada del rebaño, a lo mejor mas alla habia otra estancia llena de personas a las que el podia matar. Salio a buscar a alguien sacrificable a pesar que se estaba desatando una ventisca y condujo despacio por el accidentado camino que cruzaba de punta a punta las montañas. No encontro a nadie. Al final de la tarde respiraba afanosamante y no podia dejar de tragar saliva. La ventisca habia arreciado y el camino se habia tornado intransitable, y a pesar que sabia que tenia que resguardarse, el hombre siguio con su busqueda sin importarle las consecuencias. Cerca de las siete de la noche diviso una figura confusa que, al acercarsele, se definio como un cervatillo a la vera del camino. Salto de la camioneta y se le echo encima con el proposito de estrangularlo. Logro sujetarlo, pero el cervatillo se deslizo de sus dedos cuando estos empezaban a apretar y se dio a la fuga. El hombre lo persiguio a traves del bosque y pronto se quedo sin aliento, apoyado en un arbol de tronco negro, sin saber donde estaba el cervatillo ni donde estaba el. Trato de encontrar el camino de regreso a la camioneta y camino en circulos por una hora, momento en que vislumbro la luz de una cabaña y se refugio en ella.

Un muchacho que bien podia ser su hijo le ofrecio una manta y un vaso de vodka. Le dijo que llegaba justo a tiempo; estaba preparandose la cena y podia convidarle. No le pregunto que hacia por esos rumbos a esas horas y con ese tiempo, en cambio, le hablo de su persona: era la primera vez que iba a esa cabaña, que habia sido construida por su abuelo cuando su padre era niño. Este habia estado en ella pocas veces, antes que se mudaran a la urbe. El muchacho habia sabido de ese lugar a traves de las añoranzas de su padre, las cuales lo habian pintado como algo mitico para el. “Toda mi vida supe que tenia que venir aqui”, le dijo, pasandole un plato de comida.

El hombre lo miraba en silencio con ojos oscuros y brillantes; tomaba un bocado y masticaba sin apuro, y bebia un poco de vodka para tragar. El muchacho creyo que le prestaba atencion y siguio hablando y hablando con emocion de cosas que solo le podian interesar a el. El hombre creia que lo iba a matar una vez hubiera terminado de comer, pero sintio en su mano el metal del tenedor frio y templado, y al muchacho proximo y endeble. Quiso clavarle el tenedor en la aorta, pero de alguna forma termino incrustado en su mejilla. El muchacho se derrumbo llevandose la mano al tenedor. El hombre tomo el banquillo en el que estaba sentado y lo descargo con furia contra el pecho de aquel. El muchacho esquivo el golpe y salio corriendo por la puerta. El hombre trato de darle alcanze, y a no ser porque el muchacho tropezo con las raices salidas de un arbol, se le hubiera escapado. Agarro el tenedor y se le enterro mas en la mejilla. El muchacho se revolco en un dolor atroz, mas nada pudo hacer contra su verdugo, quien acaso no gozaba de sus brios, pero estaba lleno de odio.

Pasados cinco minutos, el muchacho habia dado su ultimo aliento y el hombre habia regresado a la cabaña y tomaba el vodka de la botella. Algo terrible ocurria: no estaba satisfecho. El mataba para sentirse bien, para vengar el dolor que lo habia ahogado de niño, engendrado por gente como ese muchacho, como las treinta personas que condujo a la estancia o el viejo que guardaba su dinero en el colchon de su cama: gente corriente que no era mejor que el y aun asi lo despreciaban, le negaban su comprension, y por ende su amor. Por eso debian morir:
tenian que pagar en sangre lo que le habian hecho, porque mientras ellos eran liberados de esta vida de dolor con dolor, el seguiria atormentado por los demonios que ellos habian cultivado en su corazon.

Habia tenido que llegar a esa noche -tan lejos- para reconocerlo, y ahora sabia que ya no valdria la pena seguir matando, porque ese regocijo enfermo ya no volveria a tocarlo. La sed asesina, sin embargo, seguia oprimiendolo. Tenia que seguir matando, su alma no conocia otra alegria que no fuera esa. Recordo el precipicio que estaba cerca de la cabaña y sus ojos se iluminaron: ya sabia como cometer el asesinato supremo.

Todas sus frustraciones y sus ansiedades encajaron perfectamente dentro de un rompecabezas extenso y monstruoso, un rompecabezas armado por el Destino. El asesinato supremo no podia ser otro que el de un asesino que se mataba a si mismo porque ya ha matado a toda la gente que queria matar. Era esplendido, simplemente esplendido. La piel se le erizo al pararse en el borde del abismo. Su sonrisa mostraba todos sus dientes, los ojos se le querian salir de sus orbitas. De ahora en adelante, al referirse a un asesino, la gente ya no lo compararia con Jack el destripador, lo compararian con el. A el le rezarian los genocidas cuando los pusieran frente al peloton de fusilamiento o los amarraran a la silla electrica; a el y solamente a el. Alrededor del mundo no harian mas que hablar de el cuando descubrieran a las treinta personas en la estancia y al muchacho con el tenedor atravesado en el craneo y a todos los demas. Le llamarian amo y Señor del Homicidio. Seria una leyenda. El y solamente el. Eso fue lo que penso en el breve lapso que tardo su caida, justo antes de despedazarse contra el fondo.

Al dia siguiente aparecio la noticia en un periodico de la localidad: un alud de proporciones catastroficas cayo a primeras horas de la noche en la montaña mas alta de la cordillera, arrasando no solo con esta, tambien con dos poblaciones que se levantaban en sus faldas. Era el desastre mas grande que ocurria en esa region en la ultima decada. Las labores de rescate se iniciaron en la mañana, pasada la ventisca. Voluntarios de pueblos aledaños encontraron entre toneladas de nieve cuerpos horrendamente mutilados por el alud; gente desmembrada con toda clase de objetos inimaginables incrustados en el cuerpo, posiblemente por lo violento que fue el derrumbe. Habia un cadaver que no presentaba signos de mutilacion. Era un hombre al que no se le pudo identificar, que habia muerto en un momento de sorpresa, asi lo revelaba la sonrisa petrificada en su rostro. Tenia los organos destrozados y los huesos deshechos. Alguien especulo que escalaba por la cara mas dificil de la montaña cuando se desato el alud, si bien no llevaba equipo para escalar. “Siempre hay alguien que hace esas locuras”, fue su explicacion.

Pasadas tres semanas el incidente perdio fuerza y no volvieron a hablar de el sino de año en año, hasta que algo mas horrible sucedio y fue totalmente olvidado. Nunca se volvio a oir de ese hombre, a excepcion de una ocasion en que el rescatista que lo encontro estaba ebrio e hizo una pausa en la parranda para ir al pasado y decir: “Pobre diablo”.

Cuando sus amigos le preguntaron de quien estaba hablando, a que se referia, el rescatista se quedo viendo a la nada con la cara ojerosa y repitio, casi sollozando: “Pobre diablo”.

FIN

Publicación March 5, 2021
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